Escucho el rumor de la tierra desgarrada,
los muros caídos que aún guardan gritos,
y un río de voces que supera los párpados
con la porfía de un duelo teñido de ayeres.
Allí donde la grava guarda cuerpos sin voz,
donde el trigo arde bajo un cielo ulcerado,
la infancia se muda en un pájaro mutilado,
y las madres se visten con la tela del llanto.
No basta nombrar los mismos pasos rotos,
los mismos cuerpos arrojados en las calles,
las mismas plegarias que mueren en zanjas.
Oh tierra, yo te pregunto con una furia rota:
¿Quién heredará tu corazón lleno de pausas?
¿Quién guardará las llaves de tu ardida casa?
Y sin embargo, se elevan voces entre ruinas,
una mano que tirita, pero ofrece esperanza,
un ayer que insiste en pronunciar “mañana”.
Porque, aunque el hombre clame la muerte,
la memoria del amor se aferra a sus huesos,
y este silencio lleno de arranques, algún día,
ensayará en nuevos versos a cantar de nuevo.
Rolando del Pozo
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