No sé si vienes llena del polvo de mis memorias
con el siseo que dejan los soles cuando mueren,
pero tu sombra me atosiga como un río de luces
que agranda las sílabas intensas de mis zozobras.
Te reconozco en los temblores de una vida lenta,
en la grieta que sangra en los muros del tiempo,
y hasta en los dolores que dibujan viejos rostros
cuando la brisa se ladea sobre tus tiernos senos.
Amarte es oír a la tierra aunando su propia voz,
es arribar a fogosos universos llenos de versos,
es abrir los dolores en un cielo de ajenos besos
donde sólo tu voz es la alucinación que persiste.
Yo soy el viajero que se confunde en tu costado,
el que lleva en la boca la soledad de tu ausencia,
el que arde en la duda como un profeta turbado
esperando tu paso entre el gentío de los lejanos.
Y cuando te nombro, mujer de esferas diversas,
el universo se repliega como un telón de humo,
y quedo desolado, cautivo de la pregunta:
¿fuiste tú la que se disolvió en mis crepúsculos,
o fui yo quien se quedó dormido en la ausencia?
Rolando del Pozo
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