En esta sombra arden las flamas invisibles,
aunando con idiomas brunos el aire del alma.
Todo es un desfile de noches sin respuestas,
un cortejo de rosas mustias que aún sangran.
El deseo, ese animal que respira extenuado,
se arrastra por mis venas como lentas fiebres,
y en su paso deja huellas de versos quebrados
donde mi rostro se trueca en ardidas máscaras.
A ti te imploro, señora de siluetas sin tiempo,
que surges entre ruinas como efigie insomne:
tu piel es una melodía de ceniza y malestares,
tu voz, una llamada sumergida en la necesidad.
Si acaso vuelves -ángel herido por las noches-
te beberé tardo como a un veneno necesario,
pues sólo en tu agitación hallaré mi salvación,
y en tu desidia, la eternidad que me reclama.
Rolando del Pozo
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