La memoria se retira sin hacer ruido,
como un huésped que deja su corazón
sobre la mesa anticuada de la alborada.
Nada en este espacio se rompe:
se desdibuja lo que fui en el espejo
y cada memoria cree ser la primera
en esta casa donde siempre es lunes.
Las palabras regresan cansadas,
con olor a café recalentado y a lluvia vieja.
Regresan las lánguidas imágenes
y alguien abre una ventana en otra década,
porque aquí el hoy no obedece al calendario.
Hay pasillos que antes daban al sol,
ahora se multiplican como espejos cansados.
Un rostro se apaga lentamente y recuerda:
cómo amar a ciegas, cómo sentarse a esperar
aunque nadie llegue al final de la tarde.
El tiempo permanece en las miradas,
en los relojes detenidos a las tres y cuarto,
en la fotografía amarilla y vieja
donde los retratados siguen jóvenes,
mirándome desde un día que no termina.
No es el olvido lo que más duele,
sino esta lucidez intermitente,
esta conciencia de estar perdiéndose
como quien observa una lluvia interminable
esperando que alguien recuerde quien fui.
Rolando del Pozo
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