En algún lugar de mis agitadas fantasías
—donde tus reflejos retroceden hacia el ayer—
hay una casa que existe en un viejo poema.
Sus muros están hechos de aire y recuerdos,
y cada ventana se abre en un efímero pasado.
Allí me aguardan los rostros que he olvidado,
los que improvisé para no sucumbir del todo.
A veces entro sin querer,
cruzando un torcido portal que sólo existe en mi voz.
Entonces me descubro a mí mismo, hilando sombras,
leyendo el libro de mi vida en una lengua que repudio.
Entre las sombras se alza tu dilatado cuerpo,
una geometría del deseo que el tiempo desdibuja.
Yo regreso a tu cuerpo, sabiendo que no hay regreso,
que el que vuelve envuelto en dolor no es quien partió.
Y sin embargo, regreso a esa casa de rotos reflejos,
donde la eternidad respira con tus lentos nombres,
y un dios sin semblante se multiplica en mis súplicas,
para señalarme que el tiempo se licúa en tu sombra.
Rolando del Pozo
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