Allí, donde la sombra se muta en tu cuerpo
donde el tiempo es una alucinación ajena,
vuelvo a ser todos los que he sido:
el que espera, el que olvida, el que busca reflejos
en una esquina llena de espacios sin nombrar.
Hay una puerta —de voces, de luz, de versos—,
y detrás de ella tus pasos encienden poemas
con los lamentos que derramaron tus noches.
Yo era el que hablaba con las alboradas,
el que tocaba tu imagen en los ayeres diversos,
el que miraba desde otro siglo mi tardo destino.
Pero el tiempo —ese ciego creador de distancias—
nos aunó en tus silencios con su geometría infinita.
Y regreso, no hacia la luz que se derrama de tu voz,
sino hacia el resplandor que dejan tus recuerdos.
Y comprendo que soy un repetido sueño,
que amar es apenas recordar lo que ya ocurrió.
Y mientras despierto, tú vuelves a inventarme,
como si tus ansias fueran otra forma de nacer.
Rolando del Pozo
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