Quizá fue en otro siglo, o en otra distancia,
cuando tu voz comenzó a descender por mi boca,
como una clave negada en los pliegues del tiempo,
como un signo que se repite en cada alucinación
para ajustar tu ausencia a todo lo que he vivido.
He seguido tus huellas por corredores invisibles,
tejiendo relatos que no supe anudar a tu boca
para sostener un amor de múltiples distancias:
ese que existe en todas las esquinas de tu cuerpo
como un destino escrito en las arenas del tiempo.
A veces te presiento en la tinta que dicta mi voz,
en el espejo que rehúsa mi figura, mis sombras,
y me devuelve la versión secreta de tu carácter,
el doble que camina detrás de mis rotas pausas.
También te siento cercana, o a veces distante,
con la certeza terrenal de Neruda:
el olor de un fruto abriéndose en mis ganas,
el pulso del mar ascendiendo por tus pechos,
una llama que desconoce el misterio de su origen.
Y aunque no alcance a reunir tus trozos dispersos,
te busco en el albor que sobrevive al derrumbe,
en la cifra oculta que se reproduce en mi sangre,
en el círculo perfecto y diverso, de lo inevitable.
Rolando del Pozo
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