He caído tantas veces,
que ya no sé si el que se levanta soy yo
o una sombra que me precede.
La tierra me ha visto regresar
con los mismos ojos y con otros.
Cada caída fue un espejo roto
donde intenté reconocerme,
y cada vez que creí tocar el fondo
descubrí otro cielo al revés.
He caído muchas veces en el amor,
en la fe, en la vana ilusión del nombre.
Y sin embargo, algo —una brasa secreta—
me devolvía a un tiempo sin voces,
como si un dios menor, desatento,
corrigiera mis pasos en mi laberinto.
He aprendido que no hay caída inútil:
cada derrota es una puerta sin distancias
que se abre hacia otro ensimismado yo.
Ahora camino con la serenidad de quien sabe
que mi eternidad se escribe con minúsculas,
y que basta una chispa, una respiración,
un malestar, para volver a empezar.
He caído tantas veces
que ya no temo al abismo:
lo nombro, lo abrazo, lo aprecio,
y en su fondo reconozco mi rostro.
Porque he comprendido —al fin—
que levantarme es otra forma de volverme a ver.
Rolando del Pozo