Yo vengo desde un pasillo sin tiempo, ni espacio
donde la lluvia aprendió a pronunciar mi sombra,
donde mis llaves se estrechan hacia tus adentros
y el eco de tus lágrimas se enrolla en mi garganta.
He atravesado el vidrio que custodia tus apetitos,
he contado las grietas de tu voz con mis congojas
como si fueran porfiados dolores buscando morir.
Todo me devuelve al mismo sitio:
la silla vacía que extraña a su manera tus piernas,
el vaso con agua donde la luz se ladea en un ayer,
como si buscara el temblor de tus labios afanosos.
A veces creo oírte:
no como se oye una voz que se repite en pausas,
sino como se prevé una llaga en el ardor del ayer.
Y tu ausencia se vierte sobre mis noches cegadas
como un río que desdeñó sus orillas en la intriga,
mojando con un frío dulce la memoria de un beso.
No sé si estás hecha de sombras, pero te nombro,
te nombro como quien acaricia una fruta madura,
como quien guarda un silencio envuelto en voces,
como quien sabe que sólo eres, el otro lado de mí.
Rolando del Pozo
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