En algún rincón descansa un viejo espejo agrietado.
No refleja ya rostros, sólo el eco silente del pasado.
Al mirarlo vi un libro abierto lleno de letras muertas
y una voz que aprendió a mentir con tiernas muecas.
Allí brotaban mis nombres envueltos de distancias,
envueltos en sudarios de papel, mudados en ceniza.
Una esquina rota sellaba los reflejos de mis poesías
y del borde emergían los lamentos de mis ausentes.
¿Quién soy, sino los nombres que no logro repetir?
¿Quién fui, si ya mi reflejo no alcanza mis pupilas?
He caminado los temblores de una promesa lejana.
He caminado los siglos que jadean bajo mis arrojos.
El espejo agrietado me custodia y mima mis olvidos.
El espejo y su sombra, bosquejan mi destino paralelo.
Tal vez soy sólo el reflejo de una promesa mal escrita,
el eco de un poema que se escribe lleno de distancias
en la lengua de los años que no se repiten, ni regresan.
Rolando del Pozo
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