y conservas todavía la tarda congoja,
las claves de tus cansadas despedidas
y la lejanía en el agobio de tu reflejo.
La imagen de una oscura y lenta cruz
se vuelve la puerta de una aguda voz.
Se vuelve un ardiente eco a la deriva
en un cielo de temblores y memorias.
Sueles llenar tus espacios con ruegos
donde rechazas mi auténtico nombre.
Me invitas a recobrar los duros pasos
que has dejado escrito en mis errores.
El interior como un pretérito exterior
y los sacrificios en infinitos agravios.
Sueles tocar mis voces en mis pausas,
en las manías de un fastidioso pasado
y a los pies de un árbol lleno de luces
extrañamente benigno y demandante.
Rolando del Pozo