Te adivino en la memoria de los días,
en la inocencia
de crecientes sueños,
en la tarde que
limita con las ilusiones
y en la frescura
de tu pelvis en agonía.
Te adivino en la
migración de la luna,
en la profusa
sudoración de tus piernas,
en el miedo donde
te tornas de sombras
y en el insoluble
silencio de tus pechos.
Ahora existes en
mi aletargado cuerpo,
aunando el amor
que te copia en voces,
en urgentes realidades
llenas de gritos.
Ahora existes en
excesivas melancolías,
en el resentimiento
de una voz profunda
que la vida azuza
y mis labios recuperan.
Rolando del Pozo