No sé si eres bruma o certeza en mis desvaríos,
o un verso dividido en las dolencias del tiempo,
pero llegas con los ojos plenos de astros ciegos
y tus piernas inundadas de mutilados recuerdos.
Te alzas como una oración que no busca abrigo,
como un clamor que no regresa a sus tardanzas,
y me nombras con la voz que usan los exiliados
cuando sueñan con el amor desde una angustia.
Tus manos me arrastran a mis obscuros dolores,
y cada uno de tus dedos pronuncia un presagio,
como si notaran que mi alma se parte en el ayer
y es un casillero de escombros que aún respiran.
Te reconozco en el temblor de los bríos vencidos,
en las voces donde se besan la espera y el dolor,
en la imagen que se escribe con tus formas leves
y en los silencios que se parten cuando los señalo.
Y he fabulado expulsarte con mis gritos más fríos,
cerrarte la puerta con un cerrojo lleno de epitafios,
pero siempre regresas desde mi sueño más hondo,
como si fueras la huida que, sin reparo, me habita.
Rolando del Pozo