Te busqué entre las sombras y los espejos
donde el silencio tiene la forma de un animal dormido
y la noche respira mis versos manchados del ayer.
Te llamé con mis labios mutilados por la distancia,
con mis dedos partidos por tus alucinaciones.
Allí estabas, tarda, en un distante anochecer,
en la casa donde mis voces aprenden a escribir,
donde los espejos devuelven gritos y heridas.
Una puerta se abría con los gemidos del tiempo,
y detrás, rostros y ardores multiplicándose,
como un presagio que no deja de repetirse.
Amarte fue perder la forma de mi cuerpo,
arder en tus muslos hasta tocar tus angustias.
Amarte fue aprender el idioma de los versos mudos,
descubrir que el tiempo es solo un irrompible espejo.
Y sin embargo, volvería a la casa de puertas crujientes,
a los pasillos donde tus imágenes no terminan de formarse.
Volvería con los ojos vendados, con las heridas abiertas.
Porque tus labios, esos que no saben de mis abismos,
no dejan de ofrecerme tu sed antigua, tus temblores.
Y yo, como quien se inclina ante lo sagrado y lo ruin
volvería a beber de esa flor que sangra al borde del ayer.
Rolando del Pozo