Debo seguir
amándote hasta que tus gemidos
sean la llave de
cualquier predispuesta puerta,
las pisadas de
una luna arrebatada y dispersa
y las dádivas que
alimentan mi gastado orgullo.
Te debo la siniestra
y derecha de toda vanidad,
la saciedad en
una espera sin radiantes ayeres
y el olvido en un
mañana de sentidos regresos.
Te debo los
ruegos en abrigados y lentos soplos
y las ganas que
descubren el hoy en mis versos.
He apurado mi
corta vida en tu fugitivo vientre;
tus dolores he
aunado en sentidas impaciencias
y con sudores he
lavado el prodigioso tormento
que espera
desordenado en cualquier reflexión.
Debo seguir
amándote hasta que mi terca pasión
maltrate tu voz
de incesante e incansable mujer
y el amor se
confunda con una acortada plegaria.
Te debo los rastros
de una prometida naturaleza.
Te debo las ganas
envueltas con versos y delirios.
Te debo los
recuerdos, lo saben bien tus señales
solemnes y
dispersas en esta temblorosa oración.
Rolando del Pozo
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